domingo, 2 de enero de 2011

Árboles

El viandante que aquella clara mañana de verano hubiese encaminado sus pasos hacia la calle Ramiro de Maeztu, habría encontrado a un joven universitario parado frente a uno de los árboles que, regularmente, se disponen a lo largo de la acera, mirándolo con un brillo de fascinación en los ojos. Si el hipotético viandante se hubiera molestado en acercarse a ese joven, e interesarse por su extraña conducta, hubiera recibido esta respuesta:
- Nadie se da cuenta de que los árboles crecen hacia arriba. Parece mentira que, con lo estrechos que son sus troncos, puedan alcanzar semejante altura. Es magnífico. Y ya no es sólo la magnitud de sus dimensiones, es el hecho de ir en contra de la gravedad, crecer oponiéndose a su dictado. Lo asombroso de los árboles reside en eso, en que son capaces de levantarse sin tener que apoyarse en amplias bases. Es increíble . Qué pena que nadie se pare a pensar en algo tan admirable como esto.
Y, sin más, emprendería de nuevo su camino cuesta arriba, con una sonrisa y con el convencimiento de que ése iba a ser un gran día.

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